Description
La falta de
sol de nuestra vida se hizo evidente en nuestros blanquecinos y
cenizos rostros; nuestro aspecto era de terror ya que a la demacrada
piel se le unían nuestras ojeras, y los cuerpos flacos y
angulosos a causa de la falta de alimentos. Pero aun así
manteníamos una gran sonrisa en nuestros rostros al vernos con
un lugar seguro y un nuevo amigo; Viktor.
Antes de
esta nueva etapa de mi vida, jamás me había puesto a
pensar sobre lo que significaba vivir en la calle. En la escuela nos
enseñaron que los parásitos sociales no ser como era el
resto de la sociedad y que las personas sin hogar entraban en esa
categoría, si ese fuera el caso, mis padres serian parásitos
sociales, aunque trabajaran. Muchos de nuestros ex-compañeros
de clases contaban sus repugnantes historias de como molestaban o
abusaban de los pobres mendigos del centro. Nosotros nos
horrorizábamos al escuchar sus anécdotas.
Sabíamos
que si nos escondíamos bien nada nos pasaría, pero la
enfermedad de Nito no
había desaparecido y su constante tos se convirtió en
una sentencia latente de muerte; pues se tenía la costumbre de
apedrear a los indigentes enfermos antes de que su enfermedad se
“transmitiera”.
En las
noches, nos habíamos topado un par de veces con la gente de
mala reputación de la ciudad, y al parecer ellos demostraron
más miedo al vernos que nosotros a ellos. Eso sí, nos
dieron una buena golpiza y fuimos lanzados a la pila de excrementos
del mercado. Así que empezamos a usar el grueso manto de la
nieve para cubrir nuestra existencia.
Tal vez,
estuviera perdiendo la razón ya que mantenía la sonrisa
en esa terrible situación. Eso fue porque todas las noches, al
levantarme decía “Tiempos mejores vendrán”;
y esa frase fue la esperanza y la motivación que utilizaba
para no caer a un punto bajo sin esperanzas, donde el levantarme
fuera una gran hazaña. Debo confesar que día tras día
deseaba acostarme y
no volver a ver la luz de la luna para no tener que mirar de nuevo
los ojos de mi hermano y notar en su reflejo el fracaso de nuestra
historia.
Pero
todo cambio en la fecha más fría del invierno. Como era
nuestro rito diario, al sonar las campanas de la primera misa, Nito
y yo nos encaminamos hacia el cementerio para descansar. Llegamos a
nuestro campamento y tomamos nuestras cobijas para dormir, acurruque
a Nito
como de costumbre y vi esa pequeña chispa de esperanza
incrustada en sus pupilas; sonreí como todos los días y
le bese la frente tratando de ser un poco parecida a mamá.
-Hilda...
-Sí,
Benjamín.
-¿Podrías...?
no es tonto.
-¿Qué
es tonto?
-Nada...
es que... me gustaría... olvídalo.
-No,
dime que te gustaría.
-Escuchar
una vez más la canción de invierno que cantaba mamá.
De
todas las cosas que pudiera dar a mi hermano, él me había
perdido la más difícil de todas; cantar la canción
más dolorosa de todas. Aclare mi garganta y empecé poco
a poco, con una voz rasposa que no había cantado en un largo
tiempo. Carraspeaba en las notas más altas y los graves salían
en medio de borbotones, pero aun así la melodía de un
amor perdido y hermoso lleno el lugar. Los copos de nieve caían
ligeros como si danzaran suavemente en el aire al compás de
mis malas notas, mientras que la campana me acompañaba con su
sonido suave de vez en cuando.
Una
sonrisa iluminó la cara de Nito
mientras la canción lo transportaba a las antiguas noches que
pasamos con nuestros padres, tostando nueces, comiendo manzanas y
oliendo el cuero de los guantes y chaqueta de nuestro padre... el
olor de un invierno feliz.
Y cuando
las rosas canten
El cielo se cubrirá de un
Anaranjado
ocaso.
Cuando las rosas lloren,
y sus pétalos un
lecho formen,
El viento llevara su canto
Al campo silenciado.
Silencio.
A mi lado, con un destello de tristeza en sus ojos, Benjamín
me volteó a ver mientras una lágrima plateada recorría
su mejilla.
-Que
descanses, Hilda.
-Duerme
bien, Nito.
La
canción no había hecho que empeorar un poco más
las cosas, hace tiempo que no pensábamos en papá y
mamá, ahora los teníamos de nuevo presentes en espíritu
gracias a aquella melodía. Suspire y voltee a ver a mi
hermano, acurrucado y flaco dormía a pierna tendida... sin
roncar como otras noches, ni toser como solía ser su
costumbre. Siempre que sentía desfallecer y sin
ánimo de dar un paso más, mira su cara me daba fuerzas
para seguir en esa batalla perdida, porque él es la única
persona que se acordaba que existo en este egoísta mundo, y
mientras Benjamín viviera, yo seguiría en pie. Me cubrí
con los petates viejos y cerré los ojos para dormir un
apacible día.
La primera
campanada de las 6 de la tarde me levanto, me estire sobre la lapida
y fui a despertar a mi hermano.
−Nito,
es hora de levantarse. −lo
agité un poco del hombro −hoy
veremos si encontramos manzanas y nueces en los basureros del
mercado, −no se
movía, así que lo agité un poco mas −
¿Nito? Sabes que no me gusta que
bromees conmigo, anda vamos a buscar comida, si encontramos las
nueces las tostaremos como antes.
Me le quede
mirando, inmóvil como si una estatua de piedra se tratara; una
idea oscura asalto mi mente pero la reprimí inmediatamente; no
era posible eso. Lo más probable era que Benjamín
estuviera muy cansado. Era
mi hermano, jamás me haría eso, así que lo
abracé y me fui.
Toda
la noche tuve en la mente a mi hermano. La rigidez, el frio... todo
me ponía intranquila, me repetía que Nito
estaba muy cansado y por eso no se movía... y bueno, ¿quién
no está helado en esta época? Apenas sonó la
primera campanada de las 6 de la mañana y salí
corriendo al cementerio. Llevaba en una bolsa unas cuantas manzanas y
nueces, de seguro eso haría feliz a Benjamín y se
levantaría de golpe.
Llegue
a la esquina del cementerio y me detuve a tomar aire. Al ver una
cuadrilla de oficiales hizo que por instinto me escondiera y me
acercara lentamente; empecé a escuchar partes de su
conversación.
−...
esto confirma nuestras sospechas.
−Tenemos
que hacer algo antes que se extienda esta epidemia de tuberculosis y
salga del círculo del bajo mundo.
−Le
informare al acalde Stulbs.
Un
oficial se movió y fue cuando lo vi. Retrocedí y eche a
correr, no pare hasta sentirme en lugar seguro y entonces
grité hasta sentir que se acababa el aire en mis pulmones;
hasta encontrar en mi voz el silencio.
Continuará…